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3 comentarios:

  1. Hay personas que creen que la escritura, y en especial la escritura literaria, es del todo ajena a la tecnología. ¿Pero qué están escuchando ustedes? La voz de otra persona que lee mis palabras. Yo no pude venir a decirlas pero alguien más las pronuncia (y por eso, desde ahora, le doy las gracias).
    Alguien más dice estas palabras y ustedes pueden observar este fenómeno curioso: como les es posible diferenciar entre esa persona y yo (incluso aunque yo no esté aquí), la identidad de quien habla y la de quien escribe (o escribió) pueden distinguirse. Mi presencia entre ustedes es virtual, pero no deja de ser presencia. Algo de mí: este texto, esta cadena de pensamientos, se encuentra entre ustedes.
    Y si la forma en que describo estos hechos les parece extraña, les diré que no es nueva, en absoluto, porque la descripción es la del acto de leer. Daría lo mismo que cada uno de ustedes tuviera una copia de este texto y la leyera por cuenta propia. Leer nos permite descifrar los signos de una escritura y componer con ellos el discurso de alguien que no está con nosotros. El acto de escribir es inverso y complementario: fija nuestros pensamientos en signos que otros puedan leer luego, apostar a la posibilidad de que esos otros existan incluso aunque no estén frente a nosotros.
    Y yo digo todo esto, por medio de la persona generosa que lee estas palabras, porque ambas tareas –leer y escribir– no son sólo dos de las actividades fundamentales inventadas por la especie humana, que se ha servido de ambas durante miles de años para incrementar su memoria y sus capacidades de comunicación y de abstracción mucho más allá de lo que podría lograr solamente atenida a las capacidades del cerebro y el resto del cuerpo.
    Además, estas dos actividades son aplicaciones, usos de la tecnología: el conjunto de saberes que permiten fabricar objetos y modificar el medio ambiente, según dice la definición informal de la Wikipedia. Los objetos que fabricamos al escribir, ustedes y yo, son textos: pensamientos, como decía, fijados por medio de símbolos, aunque sea provisoriamente o en los materiales más frágiles; y ellos nos han permitido modificar nuestro entorno de innumerables formas diferentes, por igual nimias o terribles, a lo largo de los siglos.
    De manera que la escritura depende de la tecnología. Puede ir mucho más allá de lo que el término “tecnología” significa hoy entre nosotros, puede volverse imperecedera, puede revelar lo más tremendo y lo más inesperado del lenguaje, la herramienta intangible con la que entendemos el mundo, pero siempre provendrá de acciones sobre el mundo físico: unos dedos que abren surcos en la arena, una punta entintada que rasca un papel, un teclado que se deja pulsar para que compongamos, por su medio, palabras y frases.
    Quisiera que consideraran esto mientras paso a referirme a un solo aspecto, muy específico, de las relaciones entre la escritura y otra porción de la tecnología de nuestro tiempo.

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  2. SIEMPRE HAY TIEMPO PARA EXPRESAR LO QUE UNO QUIERE DECIR...LOS INSTO A QUE SE EXPRESEN LIBREMENTE Y HAGAMOS ESTO ALGO QUE REALMENTE VALGA LA PENA...LOS QUIERO MUCHO...

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  3. En lo que va del siglo XXI, cada cierto tiempo aparece una nueva remesa de artículos y reportajes sobre los blogs en los diversos medios . Muchos de esos textos se limitan a repetir lo que dijeron los anteriores, y por tanto se refieren a las bitácoras electrónicas como una alternativa o por lo menos una nueva herramienta para la literatura, y tienden a acercarse, para hacerle preguntas sobre la blogósfera, a los escritores (en el sentido tradicional del término) que nos hemos metido en ella, que hemos puesto o discutido sobre bitácoras. Pero actuar así es injusto: ni las posibilidades del blog se agotan la literatura o sus alrededores, ni los bitacoristas o blogueros o bloggers necesitan asumirse todos como literatos o habitantes del mundo “cultural”, ni las autoridades de un medio, de un estrato social o de un oficio, lo son necesariamente de otro.
    La cuestión es compleja, y si de un lado se le simplifica en exceso, del otro también: por lo menos, en muchas bitácoras que frecuento o en las que me he detenido en varios años de paseos por esta región del ciberespacio, se describe a los escritores como una minoría vanidosa, petulante, que pretende convertirse en la élite de un medio al que no debería tener acceso en absoluto; que sólo emplea sus conexiones a Internet como extensiones de sus máquinas de escribir o sus procesadores de texto, y cuyos blogs, cuando se dignan tenerlos, son depósito de presunciones y arrogancias, de expresiones caducas y párrafos interminables, de textos que ya no dicen nada a quienes los leen impresos y menos dirán todavía desde una pantalla. O, peor todavía, son simples carteleras de eventos, anuncios de narcisista o de mercachifle. Para esas personas, en fin, los escritores parecemos menos interesados en participar en una comunidad que en presumir sabidurías dudosas o en luchar por un poder que casi con seguridad no existe y que, de tener alguna realidad, no la tiene en la red.
    Pero esto no es verdad.
    Una porción de este texto fue escrita, debo decirlo, hace tiempo: para ser presentada en una conferencia de blogueros que se celebró en el año 2005, y cuyos organizadores, según me dijeron, temían que no fuese a aceptar la invitación de hablar ante su público, por creer que yo a) estaba subido en una especie de pedestal de literato y b) jamás querría bajar de allí. ¿Por qué creían una cosa semejante? Por la distorsión que ha sufrido, en especial en nuestro país, la percepción del papel y el valor de los escritores.

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